"Las montañas no son estadios donde satisfago mi ambición de logros, son las catedrales donde practico mi religión. Desde sus majestuosas cimas veo mi pasado, sueño el futuro y, con una inusual agudeza, experimento el momento presente... En las montañas yo celebro la creación. En cada viaje a ellas, nazco de nuevo." Anatoli Bukréyev.

sábado, 15 de febrero de 2014

"El vagón de los ciclistas", por Eduardo Martínez de Pisón

Transcribo a continuación un artículo escrito hace meses por Eduardo Martínez de Pisón. Lejos de centrarnos en el caso puntual que expone el sabio montañero y conducidos por la nitidez de quien lo es todo en el mundo de la montaña, este escrito nos debe hacer reflexionar acerca de ciertas tendencias que están impregnando la práctica del montañismo y sobre los derroteros que orientan a numerosos neófitos que han irrumpido súbitamente en los espacios naturales con sus cronómetros, sus marcas y sus obsesiones.
 

Eduardo Mtnez. de Pisón, a la derecha de la fotografía, junto a Sebastián Álvaro
(Foto: desnivel.com)


"He leído que el ayuntamiento de Cercedilla (Madrid) ha propuesto la reserva de un vagón para ciclistas en el tren a Los Cotos para aprovechar turísticamente las áreas altas de la Sierra de Guadarrama. La montaña se ha hecho turística y las prácticas del turismo, a veces deportivo, han impregnado no sólo el paisaje y el ritmo de la vida sino también el ejercicio del montañismo. Por ejemplo, aparte del turismo genérico, que es muy evidente, me pregunto sinceramente si las carreras por montaña, que tanto han proliferado de repente, son una nueva modalidad atlética y gregaria del alpinismo o una extensión del atletismo colectivo, tan popular en otras variedades, que toma por cancha las montañas.
 
Lo mismo se podría pensar del ciclismo que irrumpió en su día en los senderos de montaña, más como nuevo ejercicio de bicicleta por terrenos montañosos que como ampliación deportiva del montañismo anterior. De este modo pueden ser incluso ambas prácticas estorbos al ejercicio del montañismo real, el peatonal, e intrusiones de velocidad, masas y máquinas donde son más adecuados la calma y la soledad, con sus contenidos, y el contacto físico directo con el medio. Lo que se toma como emersiones inocentes de los tiempos que corren, nuevas modalidades deportivas, también mueven dinero e intereses y estas fuerzas, que siempre están muy alertas, transfieren sus estilos, para los que la montaña no es sino un lugar de aprovechamiento, a esas prácticas.

 
Así, por ejemplo, empresas como Aramón toman ya el Pirineo como canchas polideportivas para implantar en la montaña turismos activos de temporada, esquí, ciclismo, etc. con sus negocios de equipamientos asociados, urbanizaciones, incluso con aeropuerto de contacto y conexión por AVE (Huesca) y por autovías a Sabiñánigo y Jaca. Un sistema especulativo integral que, además de ser el proceso productivo más perturbador de la montaña que ésta ha conocido, ha acabado incluso en callejones sin salida en el aspecto económico. Ahí están los fracasos de los casos asociados del mencionado aeropuerto y de la burbuja inmobiliaria.
 
En una novela de Conrad un viejo marinero comparaba lo que era ir en los grandes veleros de oriente con los yates de puerto deportivo y decía: “los yates están bien como distracción, pero la alta mar es la misma vida”. Así también la montaña es la misma vida y el esquí de pista no pasa de mera distracción. Y si no se estropeasen los lugares para implantarlo podría ser hasta simpático, pero cuando los mancilla –como todo lo que se pasa de rosca- se desliza a lo francamente antipático.
 
Esto se puede trasladar a las distintas actividades deportivas que toman la montaña como mera cancha y, al hacerlo, por sus fuertes equipamientos o multitudes, la desfiguran o la someten a tensiones y presiones inoportunas. Y entonces la "distracción", lo banal, acaba por sofocar la “vida”, lo profundo. Además, deportivamente (que no es todo el asunto) el alpinismo consiste en subir (subir y bajar) y el esquí de pista, como esos ciclistas de descenso que llegan a la cima en tren y luego se lanzan vereda abajo, en no subir (y sí bajar), de modo que necesitan infraestructuras que les suban.


Tales infraestructuras son, en este caso, el principal estorbo físico, mecánico y conductor de masas monte arriba, de modo que, si no estuvieran, no habría ni artificios ni masas, porque tales gentes no acudirían si tuvieran que ascender por su propio pie, ascensión que para el montañero auténtico es, en contraste radical, el mayor gozo de su incursión en la montaña. Pero incluso esto es lo de menos, pues lo importante es, aunque se suba y baje por propio esfuerzo, como ocurre en el caso del ciclismo y el atletismo de montaña, el deslizamiento de sentido de la actividad, con sus máquinas o masas y con su clave en la celeridad, que tiene sus consecuencias materiales en la misma montaña y las inmateriales tanto en el espíritu del que lo practica como en el de los terceros, los afectados pasivos que ven su apacible escenario usurpado por la irrupción mecanizada o tumultuosa de tales practicantes.

Otro elemento hoy discordante corresponde a las tendencias de los refugios, que, como sabemos, pueden ser tanto instalaciones humanas pequeñas o grandes, alivio de alpinistas en un entorno duro o centros de atracción excursionista que polarizan un turismo creciente. Hace cincuenta años eran escasos en nuestras montañas, correspondían a una etapa ya entonces anticuada, no tenían guarda y muchos no eran sino pequeñas cabañas con un interior simple: repisas de piedra para acostarse y una chimenea. Incluso algunos, en su día utilizados por cazadores, se habían rruinado. Luego asistimos a una evolución lógica de reformas, mpliaciones y extensiones, en seguimiento de los modelos del Pirineo rancés y de los Alpes, conforme también aumentaba nuestro montañismo.

 
Llegó un momento en el que varias instituciones administradoras o dueñas e refugios promovieron que se trazaran carreteras hasta esos puntos o sus inmediaciones para abastecerlos, incrementar su clientela y acortar el tiempo y el esfuerzo de su aproximación, lo que coincidía con ciertas políticas turísticas, forestales y ganaderas; y, al mismo tiempo, se proyectaron ampliaciones arquitectónicas para cobijar un mayor número de usuarios, así como incrementos del confort interior de los austeros albergues tradicionales. Algunos refugios perdieron su sentido tradicional al pasar a tener vocación de hoteles y otros quedaron fuera de su uso acostumbrado al dejar de estar en terreno lejano para ubicarse al pie de una pista nueva o de un remonte, lo que les convirtió en próximos en tiempo a un pueblo o incluso a una ciudad. Hubo tendencias aprobatorias y reprobatorias, según ideales más o menos turísticos o montañeros, pero la montaña experimentó una presión más y el alpinismo una exigencia menos.


Está implícito en lo dicho que la implantación de remontes, pistas, carreteras, aparcamientos, la afluencia de vehículos montaña adentro fue simultáneamente creciente. Esto modifica sin duda esos tramos de lo que fue valle o ladera o circo agrestes y los convierte en áreas conquistadas por el motor, pero también influye, primero en toda la montaña como conjunto, a la que achica en tiempo, en esfuerzo, en desnivel, en complementariedad de paisajes y, en suma, en espacio realmente serrano o alpino montaraz, y segundo, en la soledad de los niveles altos de esa montaña, en los que arroja sin selección previa numerosos visitantes. Se han desplazado los niveles base hacia la altitud.
 
Como consecuencia de todo esto y algunas cosas más ha existido una conocida reacción proteccionista de la naturaleza de la montaña y de sus paisajes, incluidos los pueblos y los campos. Estas propuestas o acciones, unas veces se plasman con establecimiento de regulaciones de usos y otras con conservaciones más imperativas, pero siempre surgen en el filo de un conflicto previo provocado por la agresividad de determinados excesos en los aspectos funcionales del territorio que se implantan en espacios hasta ahora naturales, campestres, pastorales o silvestres.

 
El montañismo, que comenzó buscando las metas de las cimas, se enriqueció pronto con la mayor hondura del contenido del itinerario, con su símbolo de que el viaje no consiste sólo en ir del punto de salida al de llegada, sino que atraviesa un espacio propio y de recorrido aleatorio, donde se viven grandes paisajes que reúnen rocas, nieves, aguas, ráfagas de viento y hasta el ilimitado espacio de las estrellas. Un mundo completo que conecta el universo con el lugar, en el que yo dejo a ambos su puesto protagonista en mi avance atento, respetuoso e integrado entre sus elementos. Esto requiere cierto espíritu, lo que debe hacernos reflexionar sobre nuestras ideas y comportamientos, pero está claro que también necesita que la montaña no haya dejado de ser montaña".

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